La obra mágica de Elena Fortún: los cuentos revolucionarios de la pequeña Celia
En 1993 Alianza Editorial reeditó algunos de los libros de Elena Fortún.
Elena Fortún.
Estatua homenaje a Elena Fortún. Aparece su imagen con dos niños. Se encuentra en el Parque del Oeste de Madrid.
El 24 de junio de 1928 Elena Fortún regaló a los niños su fantasía desbordante, y con las palabras que ellos mejor podían entender, les empezó a contar la historia de Celia, una niña de siete años que cuestionaba a los mayores y a un sistema educativo empeñado en frenar su imaginación.
Niños y mayores la podían leer en el suplemento infantil de la revista Blanco y Negro, "Gente Menuda", y a partir de 1930 en los libros que fue publicando la editorial Aguilar: "Celia, lo que dice", "Celia, en el colegio" y "Celia, novelista", en los que la protagonista fue creciendo hasta cumplir los diez años, y a los que siguieron algunos más, hasta llegar al año 1948, en el que Celia adulta, se despide de sus lectores.
Precisamente, los tres primeros, fueron los elegidos por Borau para adaptar la historia a una serie televisiva en 1993, año en el que Alianza Editorial comenzó también a reeditar muchos de los libros de Elena Fortún.
Celia
Celia
Celia Gálvez de Montalván, una niña rubia y espigada de siete años, pertenece a la alta burguesía madrileña, vive en la calle Serrano con su familia, con sus papás y un hermano pequeño, de meses, al que llama Cuchifritín. Estará bajo el cuidado de una institutriz inglesa, de las monjas de su colegio y de Doña Benita, y se atreverá a decir en voz alta todo lo que piensa. Por eso las niñas de su generación se sentían tan bien con ella cuando la leían, no era fácil cuestionar en alto en los años 30 el sistema impuesto por la sociedad, todas aquellas cosas que a Celia le parecían tan injustas, tales como el papel sumiso de la mujer, la educación alienante de la iglesia, o la intolerancia de los mayores.
Elena Fortún lo supo hacer desde los ojos de la inocencia y osadía de esta niña de siete años, viva, inquieta y revolucionaria, adelantada a su época, que al igual que ella misma, se fue apagando con los años del franquismo.Las ilustraciones
Junto a las aventuras escritas de Celia también se hicieron conocidas las ilustraciones que las acompañaban. Primero las de Serny y Regidor en el suplemento "Gente Menuda", y ya en sus libros, las de Molina Gallent, utilizadas estas últimas por el cineasta Borau para componer la cabecera de la serie televisiva.
La popularidad de Celia fue enorme en los años 30 y 40, y muchos llegaron a creer en su existencia real. Según contaba Elena Fortún la gente incluso le preguntaba cómo le iba a la pequeña, que si tenía novio, o si pensaba casarse.
Celia se convirtió en el personaje más importante creado por Elena Fortún, autora de literatura infantil y juvenil, cuyo nombre real era Encarnación Aragoneses. Nació en 1886 y murió en 1952, en Madrid. Estudió Filosofía y Letras y tuvo una intensa vida social y cultural. Republicana, feminista y luchadora, consiguió hablar a los niños en su mismo lenguaje y hacerles cómplices de sus palabras.
En 1957 se erigió un monumento en su memoria, en el Parque del Oeste de Madrid, una estatua con su imagen junto a dos niños diseñada por el escultor José Planes.
Celia es una niña de siete años , perteneciente a una familia de la burguesía madrileña de los primeros años de la República. La acción comienza la noche de Reyes, cuando Celia, como todos los niños, hace cábalas sobre la generosidad de sus majestades. Celia está convencida de que su madre es realmente un hada, y de que a ella no le puede pasar nada. En cuanto a su padre, cree que es el hombre más guapo y bueno del mundo. De la educación de Celia se encarga Miss Nelly, una inglesa austera, con quien la niña no congenia. Contrariando su voluntad, Celia lleva a su gata a la bendición de San Antón, ante el asombro e indignación de la institutriz. La fantasía desbordante de Celia origina pequeños dramas sin cuento, y con la mejer voluntad se ve envuelta siempre en desastres e incidentes. La Miss acabará despidiéndose y la madre le ruega entonces a su antigua niñera, doña Benita, que vuelva. Celia tiene un hermano pequeño al que llama Cuchifritín al que por poco ahoga por intentar bañarlo.
Llega el verano. A Celia le cortan el pelo, por lo que se siente obligada a hacer lo mismo con sus muñecos y la gata. El mes de agosto, Celia lo va a pasar en un chalet de la sierra madrileña, mientras sus padres viajan a Paris. Doña Benita vuelve a hacerse cargo de la pequeña. En casa de una nueva amiga, Carlotica, las dos niñas devuelven al abuelo sus ilusiones teatrales ya olvidadas, aunque sea a costa de convertir la casa en un auténtico campo de batalla. Vuelven los padres, en el viaje han gastado demasiado y Celia decide colaborar con ellos y trabajar como sirvienta en un pueblo cercano. La Guardia Civil se encarga de descubrirla y la lleva al domicilio familiar. La tía Julia aconseja un colegio de monjas que ella conoce para "civilizar" y educar a la niña. El padre no está muy decidido, pero una última trastada con Cuchifritín le obliga a aceptar el proyecto.
La disciplina férrea de las monjas supone para Celia un tremendo choque. Con las niñas no acaba de llevarse bien, pero se hace amiga de dos monaguillos y su pandilla. Estos le gastan una broma: le dicen que van a Madrid escondiéndose en el carro del huevero y Celia se les une con la ilusión de volver a casa y Celia tiene que tirar parte de la mercancía para obligar al huevero a detenerse. Las monjas la castigan, y ésta se venga diciendo, a las visitas de las niñas, que hay una epidemia de sarampión. Los familiares retiran a las niñas y Celia da una explicación "es el fin del mundo". Celia comienza a culparse de los pecados de los demás y el capellán Restituto le impone una penitencia. Decide ser santa y cuando su padre viene a verla, pretende no verlo para "sacrificarse" por ser precisamente lo que más le apetece. Pero luego, cuando habla con él, confiesa que el colegio es más divertido que el mejor libro de aventuras.
La decisión de ser santa, o por lo menos mártir, lleva a Celia a extremos disparatados, contra los que lucha don Restituto. Un día, al levantarse don Restituto la sotana para sacar unas llaves, Celia descubre que lleva pantalones, como su papá, y es, por tanto, un hombre. Celia y una amiga están decididas a seguir adelante con su propósito de santidad, construyendo primero una capilla con ladrillos robados, y planeando después una huida a tierras africanas. En el colegio una de las monjas idea un truco para que la madre superiora pregunte y cada niña conteste lo correcto, ante la asistencia de las familias. Pero las niñas dan respuestas inverosímiles y Celia se ve obligada a explicar lo ocurrido y es castigada. Sus padres parten hacia la China, llevándose a Cuchifritín. Ella se quedará sola con las monjas. Su padre, como obsequio, le regala un libro en blanco para que escriba en él lo que quiera.
Al colegio llega doña "Merlucines", una vieja avinagrada y chisosa, que pronto hace la vida imposible a Celia. La guerra entre ambas registra muchas batallas, de distinto tono y magnitud. Celia se come sus chorizos, la señora espulga a la cigüeña y trata de exterminar a las cucarachas. Celia llena el dormitorio de doña "Merlucines" de cucarachas, lo que hará creer a las monjas que la pobre mujer padece un ataque de auténtica rabia. Celia ha de refugiarse en su escondite de la huerta para sentirse libre y feliz. Llegan unos titiriteros que dicen que van camino de la China. Celia no puede irse con ellos, como desearía, pero puede hacerlo imaginariamente y escribirlo en el libro que le regaló su padre.